Tecnología para ayudar a ancianos a vivir en casa
Estamos usando mucha tecnología para ayudar a ancianos a vivir en casa: así es su vida autónoma en pleno inverno demográfico
En 2017 Roger Guasch encajó un golpe duro, de los más duros de su vida, en realidad: a su madre le diagnosticaron Alzheimer. La noticia llegó acompañada de una cascada de interrogantes, los mismos que afrontan a diario cada una de las cientos de miles de familias que lidian con la enfermedad en España. ¿Cómo ayudar a su madre? ¿Cómo reforzar su independencia? ¿Durante cuánto tiempo podría disfrutar de una vida autónoma? A Guasch también se le plantearon dudas mucho más prácticas. La seguridad. O la medicación, por ejemplo. ¿Cómo puede alguien que padece Alzheimer organizarse con las pastillas? ¿Cómo, cuando tiene prescritos varios fármacos, a diferentes horas y con dosis que pueden variar de un día para otro y que no siempre resulta fácil calcular? El reto se las trae sin necesidad de padecer la dolencia.
En vez de recurrir a un horario pegado con imanes a la nevera o un mosaico de pósits con enrevesados nombres de fármacos, Guasch decidió tirar de ingenio. Junto con otros compañeros impulsó la empresa Berdac y diseñó IMA, un pastillero inteligente que mediante señales acústicas y visuales avisa al paciente de que ha llegado la hora de tomarse la medicina. Solo tiene que pulsar un botón para recibir la dosis exacta. Si así lo desean, el enfermo, sus familiares e incluso el médico que lleva su caso pueden consultar un plan detallado con toda la medicación, datos actualizados y (si los hubiera) un seguimiento de cualquier olvido o retraso en la ingesta de fármacos.
El pastillero de Berdac es solo un ejemplo de una tendencia que toma cada vez más fuerza, aquí y en otros países: poner las TIC al servicio de las personas mayores para que puedan disfrutar de vidas autónomas en sus propios hogares. No es algo descabellado en una sociedad que sufre ya los gélidos vientos del invierno demográfico. España envejece. Y lo hace con rapidez, además. Lo ha puesto negro sobre blanco la crisis sanitaria del coronavirus —los ancianos constituyen un amplio espectro de población de riesgo—, pero el INE lleva tiempo constatándolo con datos.
Según los cálculos del observatorio estadístico, en medio siglo vivirán en España alrededor de 14,3 millones de personas en edad de jubilación, el 29,4% del censo total. Algo más de la décima parte (13,6%) ya habrán soplado además las 80 velas. En ambos casos los porcentajes superan con holgura a los actuales —19,4 y 6,1%, respectivamente— y llegan acompañados de otros fenómenos, como un aumento considerable de la población que padece enfermedades crónicas.
“Hay muchas startups que se están lanzando a proyectos de este estilo. La cuestión es que el producto industrial cuesta más porque tiene unos costes asociados de creación de prototipos, fabricación… que son muy elevados y al final la financiación, aquí, en España, está como está. Sí hay mucha app, webs, servicios integrales, software… Pero lo que es hardware y aparatos cuesta más”, explica Mateo Gil, de Berdac.
En septiembre la compañía espera disponer de las primeras mil máquinas, pero Gil y sus compañeros han constatado ya un “muy buen recibimiento” en el mercado, en el que esperan cubrir una necesidad clave. “La mitad de los pacientes crónicos no se toman correctamente las pastillas y eso implica ingresos hospitalarios y un empeoramiento de la salud”, comenta la empresa. Una vez salga a la calle —detalla Gil— IMA se encontrará con una competencia muy reducida. “No hay mucho más”, abunda.
Como Berdac, desde hace años un buen número de empresas, organismos e instituciones públicas echan mano del Internet de las Cosas (IoT) y la domótica para diseñar hogares adaptados, apps que velan por la seguridad de los ancianos o les facilitan disfrutar de una vida más activa y wearables que —en poco tiempo— se han revelado aliados de primera para los médicos gracias a la monitorización de los pacientes las 24 horas del día. También tecnología que no se diseñó para las personas mayores, pero que contribuye a su independencia. Buen ejemplo son los Voice User Interface (VUI) —Siri o Alexa, por ejemplo— que ayudan a interactuar con sus dispositivos a gente a la que habitualmente le cuesta manejarse con una pantalla táctil o navegar por Internet.
Una «patata caliente» para la Unión Europea
Las apps y dispositivos orientados a la tercera edad o enfermos crónicos se cuentan por cientos. Y conforman una lista que se engrosa desde hace años, a menudo con respaldo de las instituciones públicas. La propia UE, en el marco del H2020, presta una atención especial al desarrollo tecnológico para auspiciar un envejecimiento activo e independiente. Desde 2008 Bruselas dispone de un programa específico, el AAL (Active And Assisted Living), que ha financiado más de 200 proyectos para asistir a mayores en sus hogares, hacer un seguimiento de su salud, dietas o niveles de actividad, estimular su memoria o directamente combatir la soledad y el aislamiento.
La UE dispone de un programa, AAL, que desde 2008 ha impulsado más de 200 iniciativas que recurren a la tecnología para facilitar la independencia de las personas mayores. Su lema: «Envejecer bien en un mundo digital»
“La UE, dentro del programa H2020, define como uno de los siete retos sociales el de la ‘Salud, cambio demográfico y bienestar’, en el que tratan con cierta importancia el desarrollo de tecnología para favorecer un envejecimiento activo y una vida más independiente de las personas mayores. Hay varias convocatorias muy específicas sobre el tema”, explica Javier Pereira, subdirector del Centro de Investigación en Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (CITIC) de la Universidad de A Coruña. Desde el propio CITIC se desarrolló el proyecto GERIA-TIC (2016-2019) que durante tres años monitorizó con wearables (pulseras) la actividad física y calidad del sueño de sus usuarios para anticiparse a situaciones de riesgo. Entre sus objetivos estaba la prevención de caídas y detectar alteraciones del sueño.
Una de las iniciativas arropadas por la UE que ha alcanzado mayor reconocimiento es Activage: Internet of the Things for ageing well, proyecto dotado de 20 millones de euros y que ha conformado un “ecosistema de IoT” que integra nueve puntos piloto repartidos a lo largo de siete países europeos. Gracias a una tupida red de sensores, pulsadores, apps, wearables… los usuarios del proyecto —ancianos, a menudo con dolencias crónicas o que residen solos— viven de forma segura, autónoma y saludable en sus propios hogares. Parte de los deployments sites se ubican en regiones de España, con realidades y perfiles bastante diferentes : Galicia, Madrid y Valencia.
En Valencia participan 740 jubilados. Gracias a los sensores instalados en sus casas los técnicos pueden monitorizar, por ejemplo, cómo evolucionan sus niveles de actividad o la temperatura y humedad de las habitaciones. En Galicia —donde las pruebas de Activage se centran en el ámbito sociosanitario— se recurre también a la IoT para detectar situaciones de riesgo, el seguimiento de la medicación o controlar el estado de salud de sus 700 usuarios, todos con más de 60 años. En la práctica, además de reforzar la independencia de los ancianos, Activage facilita la detección precoz de dolencias y reduce las visitas a los centros de salud e ingresos hospitalarios.
“El uso de estas tecnologías es fundamental para garantizar la sostenibilidad económica a medio y largo plazo del sistema de salud y protección social”, explica en el vídeo promocional del programa Sebastián Pantoja, de Televés, una de las empresas participantes en la prueba de Galicia junto a entidades como Cruz Roja, el propio servicio de sanidad gallega (Sergas) o Fundación Vodafone. No es una observación baladí. Según las previsiones que manejaba en 2017 el Gobierno, el paulatino envejecimiento de la población y el aumento de las enfermedades crónicas supondrá que el gasto sanitario aumente más de 580 millones al año a lo largo de las próximas décadas.
En su histórico de ayudas, Bruselas cuenta con iniciativas como Mario, un robot diseñado para combatir la soledad, el aislamiento y la demencia; Fate, centrado en la detección de caídas y la asistencia en caso de accidente; o Lean Elderly Assistant (LEA), de Silver, un andador con sistema de navegación autónoma que le permite notificar la presencia de obstáculos o acercarse a su usuario. Otras, como Long Lasting Memories (LLM), prestan especial atención al entrenamiento cognitivo y físico gracias a un software especial.
En su web, AAL informa de una decena y media de proyectos de la convocatoria 2019 que aún no han concluido. Las actuaciones en marcha echan mano de sensores —algunos instalados incluso en camas—, apps, códigos de gestos y pictogramas, robots o realidad virtual (RV), entre otros recursos. Varías las herramientas y «batallas», pero no la «guerra»: la autonomía de los mayores.
Aph-Alarm, por ejemplo, ayuda a que las personas con dificultades pueden comunicarse tras haber sufrido un accidente cardiovascular, ReMember-Me detecta de forma precoz el deterioro cognitivo, mHealthlNX ayuda a paliar el estrés y JAME los síntomas incapacitantes que acompañan a algunas enfermedades, como los temblores. Hay iniciativas tan ambiciosas como Guardian, que desarrolla autómatas capaces de asistir tanto a los ancianos como a sus cuidadores. Los proyectos se platean además con una clara vocación de llegar al mercado.
El caramelo de la «silver economy»
El sector privado también ha visto la oportunidad que representa la bautizada como silver economy, el flujo de gastos e inversiones que gira en torno a la tercera edad. Su lógica es aplastante: podrá subir y bajar el interés de los mercados en determinados productos y energías, pero lo que es «impepinable» es que cada vez habrá más gente mayor. Según un informe elaborado por Oxford Economics, Comisión Europea y Technopolis, el gasto de la población con más de 50 años crecerá un 5% anual hasta alcanzar los 5,7 billones de euros en 2025, representar el 32% del PIB de la UE y el 38% del empleo. Las cifras pueden parecer elevadas, pero se apoyan en las pirámides de población: para mediados de siglo se espera que haya en el mundo más de 400 millones de personas que ya habrán pasado las 80 primaveras. Y los datos suman y siguen.
El mercado ofrece un abanico amplio de domótica, wearables, sensores, apps, robots, servicios… que, como IMA, están diseñados para reforzar la autonomía de los ancianos. Por ejemplo, Securitas Direct dispone de un paquete especial para mayores, Protección Senior, que funciona con una unidad central y smartwatch que —entre otras utilidades— permite al usuario solicitar ayuda, monitorizar su actividad o incluso combatir la soledad mediante un chat de voz a través del que puede contactar con otras personas de gustos afines. V-SOS Band, de Vodafone, Nock Senior, de Neki, ofrecen también smartwatchs con GPS y que sirven paran pedir ayuda, Silincode echa mano de pulseras con códigos QR que pueden escanearse para acceder a información.
A través de una red de sensores repartidos por casa Sensovida recoge datos en tiempo real que son analizados mediante algoritmos inteligentes y le permiten aprender patrones de comportamiento, las rutinas de su usuario. En la práctica, se traduce en que es capaz de detectar si una noche pasa más tiempo del normal en el baño, tarda más de lo habitual en despertarse, no llega a casa a la hora prevista, una inactividad fuera de lo común… También incluye un pulsador SOS, una app que permite a los familiares monitorizar la actividad e informes de bienestar semanales en los que se analizan parámetros como el sueño, pulso o actividad, lo que ayuda a prevenir dolencias.
El mercado ofrece un amplio abanico que echa mano de wearables, IoT o domótica para reforzar la autonomía del anciano. Permiten desde monitorizar su salud o actividad a ayudarles con la medicación o a incorporarse de la cama
El despliegue de recursos en el mercado es amplio: el electrocardiógrafo de QardioCore, pastilleros inteligentes como PillDrill o VitaCarry, soluciones de “hogar conectado” como Wiser, apps que al igual que Help Launcher o Ultimate Volumen Booster adaptan el manejo de los smartphone para las personas mayores; CogniFit, pensado para estimular las habilidades cognitivas; robots que asisten al anciano (TIAGo o GrowMeUp, por ejemplo) y le hacen compañía (Nuka) o camas conectadas a la nube (BAM Labs) que facilitan a los médicos conocer los signos vitales del anciano.
En algunos países, como Japón, que afronta una situación bastante similar a la que vivirá España en unas décadas —cerca del 30% de su población pasa ya de los 65 años— se está yendo ya un paso más allá y adoptan medidas que suenan casi a ciencia ficción. En Fujisawa, una ciudad de la prefectura de Kanagawa con 434.000 vecinos, se testó a finales de 2019 un robot diseñado para sacar la basura. No muy lejos de allí, en Iruma, se testaban hace cuatro años códigos QR adheridos a las uñas de los ancianos a modo de tarjetas con todos sus datos. El país del Sol Naciente es también la cuna de los robots Paro o Robear, la versión mejorada de RI-MAN que ayuda a los ancianos a moverse. Incluso se prueban exoesqueletos que ayudan, entre otras cosas, a prolongar la vida laboral de los trabajadores, clave en un país que envejece a zancadas.
¿Tecnología al alcance de todos o brindis al sol?
La pregunta del millón es… ¿Cómo de implantados están estos gadgets, robots y servicios en los hogares españoles? ¿Llegan a las casas de los ancianos una vez finalizan sus pruebas piloto y se lanzan al mercado? ¿Son asequibles o sus precios resultan prohibitivos?
La horquilla de precios es muy amplia, pero en la mayoría de casos requiere cierta inversión inicial. IMA, por ejemplo, costará cerca de 199 euros, el dispensador de pastillas TabTime ronda los 80, según la web Comparaiso el servicio Protección Senior exige 24 euros al mes, el V-SOS Band un desembolso inicial de 79,9 y cuotas de 5 euros. Aunque dispone de diferentes modalidades de pago, hacerse con el Nock Senior requiere abonar 95 por el dispositivo y 12 euros mensuales por el servicio. Cuando se da el salto al mundo de la robótica más avanzada y compleja los valores se disparan. El robot foca Nuka anda por los 6.000 euros, una suma considerable, pero que se queda corta si se compara con los precios que se manejan en principio para Rober.
“Al final el diseño, elaborar prototipos… implica unos costes muy elevados para la empresa, aunque una vez que se fabrica una cantidad aceptable estos bajan bastante. Sabemos que el precio es una barrera de entrada. Pero la telemedicina, la hospitalización en casas… es un paso que se tiene que dar. Los costes que implica esta pirámide poblacional girada son inasumibles y tenemos que buscar soluciones tecnológicas para mejorar la atención de la gente. Cada vez somos más mayores, más dependientes”, reflexiona Mateo Gil, de Berdac, la empresa que impulsa IMA.
Desde la Fundación Tecnología Social (Funteso), su presidente, Enrique Varela, señala la complejidad de hablar de precios, en especial cuando se trata de servicios respaldados por la administración pública. “No es caro ni es barato. Es un servicio social en un estado de bienestar. Por ejemplo, no diríamos que una operación de cáncer es cara. Pues esto igual. Simplemente hay que proporcionarlo”, reflexiona.
La horquilla de precios es muy amplia, pero en la mayoría de casos requiere cierta inversión inicial. IMA, por ejemplo, costará cerca de 199 euros, el dispensador de pastillas TabTime ronda los 80, según la web Comparaiso el servicio Protección Senior exige 24 euros al mes, el V-SOS Band un desembolso inicial de 79,9 y cuotas de 5 euros. Aunque dispone de diferentes modalidades de pago, hacerse con el Nock Senior requiere abonar 95 por el dispositivo y 12 euros mensuales por el servicio. Cuando se da el salto al mundo de la robótica más avanzada y compleja los valores se disparan. El robot foca Nuka anda por los 6.000 euros, una suma considerable, pero que se queda corta si se compara con los precios que se manejan en principio para Rober.
“Al final el diseño, elaborar prototipos… implica unos costes muy elevados para la empresa, aunque una vez que se fabrica una cantidad aceptable estos bajan bastante. Sabemos que el precio es una barrera de entrada. Pero la telemedicina, la hospitalización en casas… es un paso que se tiene que dar. Los costes que implica esta pirámide poblacional girada son inasumibles y tenemos que buscar soluciones tecnológicas para mejorar la atención de la gente. Cada vez somos más mayores, más dependientes”, reflexiona Mateo Gil, de Berdac, la empresa que impulsa IMA.
Desde la Fundación Tecnología Social (Funteso), su presidente, Enrique Varela, señala la complejidad de hablar de precios, en especial cuando se trata de servicios respaldados por la administración pública. “No es caro ni es barato. Es un servicio social en un estado de bienestar. Por ejemplo, no diríamos que una operación de cáncer es cara. Pues esto igual. Simplemente hay que proporcionarlo”, reflexiona.
Varela, ligado a la informática desde finales de los años 1970, confía en que el confinamiento obligado por el coronavirus y los problemas registrados en algunos geriátricos ayude a visibilizar el potencial de las TIC para el cuidado de los mayores en su hogar. “La pandemia tiene una parte positiva: va a incentivar muchísimo la tecnología. Ya había mucha gente que no quería vivir en residencias, cambiar de estilo de vida. Viene una gran oportunidad para todos aquellos que trabajamos con tecnología social, pensada por, para y con las personas”.
“No podemos pedirle a una persona mayor que se adecúe a una tecnología que ve como algo lejano. Lo que estamos haciendo es crear interfaces que resulten muy fáciles de usar. Muchas de las personas que sienten un rechazo tecnológico se van adecuando porque encuentran un beneficio directo, con frecuencia incluso sin percibirlo, como ocurre con los wearables”, señala Fernando Suárez, presidente del Colegio Profesional de Ingenieros Informática de Galicia (CPEIG) y director del Área de Trasparencia y Gobierno abierto de la Diputación de Ourense. A los gadgets pensados o adaptados para mayores se añade —señala Suárez— el provecho que se puede sacar a otras herramientas como WhatsApp, Skype, Hangouts… no enfocadas en ese segmento, pero que fortalecen su independencia.
Fernando Suarez C
El responsable de CPEIG indica que Galicia aporta una buena “foto” de lo que será España en un par de décadas. En 2019 la edad media de la población gallega se situaba en 47,24 años, ligeramente por debajo de Asturias (48,28) o Castila y León (47,5), pero casi cuatro años por encima de la media nacional. En Lugo la población con más de 80 años representa ya el 11,5% de todo el censo y en Ourense el 12%, el doble de la media estatal, que en 2019 pasaba ligeramente del 6%. A la pirámide demográfica se suma además lo dispersa que está la población y, en ocasiones, las dificultades orográficas para desplazarse.
“Galicia tiene un poco de lo que va a ser la Europa de los años 50 en cuanto a envejecimiento. Cada vez vamos a vivir más tiempo y cada vez, también, tendremos mayores oportunidades de hacerlo mejor gracias a la tecnología”, señala Suárez, convencido de que tanto las empresas como las administraciones púbicas prestan una atención creciente para brindar al colectivo una vida cómoda.
En Galicia, además de estar implantado el famoso botón rojo de teleasistencia, se testa Activage, la empresa Televés ha desarrollado servicios sociosanitarios que sacan partido de las TIC y desde el propio ejecutivo autonómico se intenta acercar la tecnología a las personas de mayor edad (y viceversa) desde plataformas como la red CeMIT.
Brecha de edad y geográfica
Sobre la mesa hay retos. Uno de ellos, crucial, destaca José García Fanjul, profesor del Departamento de Informática la Universidad de Oviedo, es la inversión. “Finlandia tiene el triple de presupuesto para el servicio de atención a mayores. Aquí es el 0,7% del PIB, allí el 2,2%, la diferencia es brutal”, resalta. El porcentaje de PIB destinado a I+D+i tampoco deja bien parado a España entre los países de la OCDE. A pesar de ese escenario, Fanjul destaca iniciativas como Active, desarrollada por el CTIC, que mediante sensores en las gafas, zapatillas, reloj… del usuario permite seguir de cerca su actividad física y monitorizarla para detectar cualquier comportamiento que se salga de la pauta.
El profesor de la Universidad de Oviedo apunta otro reto igual de importante: las “brechas”. “El confinamiento creo que ha hecho abrir los ojos a la gente para que vea las posibilidades de las TIC en el uso diario, pero tenemos aún una brecha digital y territorial. Hay lugares en los que resulta difícil acceder a determinados servicios porque es complicado tener una buena cobertura. Ahora vienen las tecnologías 5G. Vamos a cruzar los dedos para que las administraciones tiren de ellas y lleguen a todo el mundo”, comenta el experto.
Jose Garcia Fanjul C
“Todavía nos queda mucho trabajo porque existe una brecha digital. Si la eliminásemos podríamos avanzar muchísimo porque mientras exista o se amplíe el concepto de tecnología va a tener que ser siempre de modo botón”, abunda Estefanía de Regil, responsable de eMayores, iniciativa que surge con el objetivo de facilitar a los mayores el acceso y uso de las TIC. “Cuando trabajo con ellos una de las cosas que les pido, por ejemplo, es que sean maleducados con los asistentes personales porque suelen ser muy educados y dar las gracias”, comenta. Allanar el uso de tablets, smartphones o VUI para cuestiones tan simples como hablar y ver a sus familiares a distancia resulta crucial.
Según los datos recabados por el INE en 2019 solo el 24,8% de los españoles con 75 o más años reconocían haber utilizado Internet alguna vez. En las ciudades en las que residen más de 100.000 habitantes o capitales de provincia el porcentaje se elevaba al 31,2% y en las más pequeñas, con padrones por debajo de los 10.000 censados, se reducía a la mitad hasta quedarse en el 15,5%.
El índice mejora de forma notable en la franja de los 65 a 74 años, en la que algo más del 63% de la población usa la Red. Un informe divulgado en 2019 por UGT alertaba de que el cierre de la brecha digital se había estancado en España y apuntaba además que el género, la edad, la renta o formación son factores que determinan de forma clara los niveles de uso.
La conocida como “España vacía” es con frecuencia también la “España desconectada”. Aunque el país disfruta de una buena red de fibra óptica, un estudio divulgado en enero de 2020 por UGT alertaba de que hay todavía 26.767 poblaciones con menos de diez residentes a los que no llega Internet de calidad. Los datos aportados por el sindicato concluyen que unas 13 millones de personas tendrían problemas para conectarse. Solo en Cataluña rozarían los cuatro millones.
Desde colectivos como la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA) se busca combatir la brecha digital que enraíza en la edad. Y en ese esfuerzo, el confinamiento obligado por el Covid-19 ha brindado, en cierto modo, una oportunidad. “A muchos mayores que están viviendo solos les facilitamos apps para que puedan comunicarse, entrar en chats con gente que tiene sus mismos intereses y damos charlas. También estamos viendo formas de que un médico y nutricionista oriente a los mayores en el domicilio ahora que tienen menos movilidad para que no se descuadren sus dietas”, explica Javier García, gerente de la organización.
Extender el uso de las TIC a las personas mayores requiere tumbar dos grandes brechas en España. La primera es la digital en el colectivo de mayor edad, el de las personas con más de 75 años. La segunda, la geográfica, marcada por las zonas con mala cobertura y peor conexión a Internet
“Hay dos factores muy importantes. Uno es el coste y otro la necesidad de conectividad. Hay autonomías, como Galicia, en las que debido a la orografía hay zonas sin acceso a la red. Son dos limitaciones clave”, explica Suárez sobre los retos de la implantación de las TIC. ¿Cómo monitorizar datos sin acceso a la Red? ¿Cómo ofrecer teleasistencia en zonas sin apenas cobertura?“La seguridad telemática y conectividad, además de la accesibilidad, son aspectos imprescindibles para el uso apropiado de estas tecnologías. Si yo soy una persona mayor, voy por la calle, me caigo y necesito sacar mi móvil y pulsar un botón in extremis no es posible que me quede sin datos o esté en un punto negro sin cobertura”, explica Miguel Ángel Valero, subdirector general de la Oficina de Accesibilidad en el Ayuntamiento de Madrid y que ejerció durante cinco años como director gerente del Centro de Referencia Estatal de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas (CEAPAT).
Valero reivindica que “hay mucha tecnología para ayudar a las persona mayores”, pero apunta otro reto crucial: la necesidad de divulgarla, de dar visibilidad al abanico de gadgets y servicios para que llegue a los hogares. “El problema es que en ocasiones no la conocen ni los mayores, ni sus hijos, ni otras personas de su entorno cercano, ni tampoco los profesionales”, incide el directivo del servicio madrileño, reacio a utilizar la expresión “tecnología para mayores”.
¿Tecnología para mayores?
“Hay tecnología de apoyo apropiada y soluciones bastante accesibles. Aunque en realidad lo de ‘tecnología para mayores’ es una forma de edadismo muy cuestionable puesto que este colectivo de usuarios, muy heterogéneo y diverso, muchas veces no quiere ‘tecnología para personas mayores’. Suponte que tengo 90 años… No creo que quisiera comprar un ‘teléfono para ancianos’, sino uno tan guay como el que lleva mi nieto, pero que me resulte sencillo de manejar, accesible, muy práctico y fácil de entender. No quiero tener que saber de IOS o de Android, ni tampoco saber distinguir entre marcas. Las app que hay ahora en los móviles no son, generalmente, lo suficientemente intuitivas, fáciles de utilizar y accesibles”, reflexiona Valero.
Sensores y cámaras para el cuidado de los ancianos: ¿pueden prevenirse las caídas?
Buena parte de las TIC a las que a menudo se les cuelga la etiqueta «para mayores» facilita de hecho la accesibilidad y son igual de útiles, por ejemplo, para personas con problemas de visión, auditivas o a la hora de desplazarse. “La idea de teléfonos o tecnologías especiales no me parece la más adecuada, sino más bien, en su caso, soluciones específicas para una demanda o colectivo concreto y no necesariamente enfocadas exclusiva y principalmente a la gente mayor. Si son accesibles, son para todos. Luego existirán factores estéticos, culturales… Por ejemplo, si a mis 49 años tengo presbicia, aún no siendo una persona mayor tengo una necesidad específica al navegar con mi móvil. Puede que otra de 90 años, con la vista mejor, no la requiera”, incide el responsable de la Oficina de Accesibilidad de Madrid, quien reivindica la importancia de la teleasistencia domiciliaria —el famoso botón rojo— impulsada en los años 90 por la FEMP y el Imserso.
Miguel Angel Valero C
“La tecnología de la teleasistencia clásica está en un momento muy interesante gracias a los avances. Las tablet, móviles o smartwatch pueden aportar gran valor añadido en movilidad, e incluso en la casa, siempre que sean fiables y se garantice en todo momento la protección de datos. Seguridad telemática y conectividad, además de accesibilidad, son aspectos imprescindibles para el uso apropiado de estas tecnologías”, subraya Valero antes de incidir en otro aspecto: «La privacidad para mí en temas de salud o socio sanitarios es sagrada».
A la espera de que las TIC se adentren aún más en los hogares de los mayores para ayudarles a reforzar su autonomía, España tiene modelos en los que fijarse, como Finladia o de forma especial Japón. “El país ve como algo imperativo construir robots para el cuidado sanitario y sistemas que monitoreen la salud en el hogar. Sin ellos el sistema sanitario de la nación no resistiría”, explicaba ya en 2016 a la BBC la cuidadora Yasuko Amahisa. La lectura de las pirámides demográficas —hoy en día más bien conos invertidos— dejan una lectura clara: España está a las puertas de hacer planteamientos similares.
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